Más sobre Literatura Juvenil
Como todos los comienzos de curso, los profesores de Lengua nos planteamos el tema de la lectura, que da para interminables reuniones de departamento en las que damos vueltas a las dicotomías habituales: ¿lecturas obligatorias o voluntarias?, ¿en el aula o fuera de ella?, ¿clásicos o contemporáneos?, ¿literatura juvenil o de adultos?, ¿obras breves o extensas? Lu y Antonio han publicado sendas entradas y yo me he puesto a buscar información útil tanto para los cursos de ESO como para completar los fondos de nuestra biblioteca.
Entre mis hallazgos está un artículo titulado Literatura infantil y la escuela: una pareja conflictiva, del escritor cubano afincado en Argentina Joel Franz Rosell, en el que se realiza una apasionada defensa de la literatura infantil y juvenil siempre que ésta abandone la tentación pedagógica y moralizante, actualmente camuflada en la corrección política y en el tratamiento de los temas transversales (aquí hay que remitirse sin remedio a la divertida carta que cita Antonio), y que se trate de literatura sin adjetivos, es decir, que pueda ser disfrutada no sólo por el niño o el joven, sino también por el adulto:
El autor de literatura juvenil, si es un auténtico creador, no vacilará en singularizar su discurso volcando en él toda su vida –de sus ilusiones a sus terrores– para configurar una obra única, personal, para nada inferior a la de quienes escriben para adultos, pero que estilísticamente será reconocible como parte del universo estético infantil.
Rosell concluye con unos principios para orientar la práctica de la lectura en el ámbito escolar en los que se reconocerá fácilmente quien lleve un tiempo en el empeño, sea desde la biblioteca o desde el aula, pero que no está de más recoger para no perder la perspectiva:
- Los libros literarios no son para enseñar, lo que no significa que con ellos no se aprenda muchísimo.
- La literatura no se interpreta, se disfruta.
- El mediador tiene el deber de defender el derecho del lector a leer obras de calidad.
- Leer es una actividad, el lector pasivo no existe cuando se lee buena literatura. Todo individuo que lee busca una forma indirecta, pero profunda, de comprenderse mejor y comprender su propio mundo.
- Las lecturas deben ser variadas por su género, su estilo, su época y su procedencia geográfico-cultural.
- Leer literatura es leer una lengua. Toda lengua es una cultura. Toda cultura es universal.
- La lectura no es ni mejor ni peor que otras actividades intelectuales o recreativas y no tiene sentido oponerla a ellas. Es otra cosa.
De los siete es el punto tercero, el deber de defender el derecho del lector a leer obras de calidad, el que más conflictos me plantea.
En primer lugar, a la falta de formación sobre el tema de que solemos adolecer los profesores de Secundaria, se une la no existencia de un canon de literatura juvenil relativamente reciente al que recurrir –es interesante al respecto la enorme dispersión de títulos recomendados en Cantabria por los departamentos Lengua y Literatura, ciento seis diferentes para 3º y 4º de E.S.O., que aparece recogida por Isabel Tejerina en una investigación sobre Lecturas y lectores en la E.S.O., que considero perfectamente extrapolable a otras comunidades–.
En segundo lugar, no siempre los títulos juveniles de reconocido valor literario son los preferidos por los jóvenes lectores, por lo que se hace necesario buscar estrategias para acercarlos de forma progresiva a obras más arriesgadas temática y formalmente, al mismo tiempo que ampliamos también el abanico de épocas, estilos, géneros y procedencias que nos propone el punto cinco. ¡Y esto respetando la libertad de elección y haciendo un seguimiento individualizado!
En tercer lugar, como ocurre en la literatura para adultos, el mercado editorial, y tal vez los complicados derechos de autor, impone unas normas que en nada favorecen la consolidación de ese canon variado y de calidad: Las obras que aparecen en las colecciones de clásicos juveniles se remontan en gran medida al siglo XIX, al igual que el canon propuesto por Vicenç Pagès Jordà citado en Cuaderno de Clase, y no se amplían con reconocidos autores posteriores que pueden resultar más cercanos a nuestro alumnado, sobre todo al más joven. Novelas de éxito, reflejado en numerosas ediciones, desaparecen de la circulación y se convierten en rarezas inencontrables. En cualquier librería podremos encontrar cientos de obras de literatura fantástica, precedentes y secuelas de Harry Potter, traducidas o de producción nacional, pero los catálogos de editoriales punteras en otro tiempo como Miñón, Juventud o Noguer, que publicaron a Ursula Wölfel, Astrid Lindgren o Lisa Tetzner, han desaparecido o se han reducido a la mínima expresión. Incorporar novedades y adaptarse a las modas es bueno, pero recurrir a obras sólidas, que han demostrado su interés y su permanencia en el tiempo, nos facilitaría mucho la tarea.
No soy experta en el tema, simple aficionada, así que tal vez en el último párrafo haya exagerado un poco porque me he pasado parte del verano persiguiendo libros juveniles que me habían recomendado y la experiencia ha sido desastrosa. Pero ésa es otra historia…
Para que todo no sean quejas, quiero destacar la iniciativa de la colección Punto de Encuentro, de la editorial Everest, que, entre otras cosas, está publicando la obra de Juan Farias y que está prestando una atención especial al teatro para jóvenes, género que tradicionalmente ha brillado por su ausencia.
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El tema es cierto que da para muchas e interesantes reflexiones. La tuya aporta muchísimo al debate.
Elisa, yo también he leído algunos libros de literatura juvenil este verano y mi experiencia no ha sido mala.
De todos, destacaré «El príncipe de la niebla» de Ruiz Zafón. Es una novela de aventuras con todos los tópicos del género, pero muy bien engarzados. Además contiene altas dosis de intriga.
Es un tres estrellas.
Me alegro de leerte tan Entonada, Elisa, y me vienen muy bien algunos de los enlaces que propones. Ya nos contarás qué sale de todo esto, porque el tema es uno de los que más nos interesan a muchos profesores y profesoras de Lengua.
Yo creo que de literatura juvenil hay muy buenos títulos, los que nos gustaron a nosotros también suelen gustarles. Una recomendación, hecha por un alumno y que en verano ha llegado al top10: el niño del pijama de rayas
Todos andamos a vueltas con este asunto tan complejo. Tienes razón al introducir el factor editorial como un elemento más a la hora de complicar nuestras decisiones. Para mí es imposible estar al día en lecturas juveniles y para encontrar alguna decente tienes que sufrir varias anodinas. A eso debemos añadir que algunas de las que nosotros descartamos pueden ser las que ellos prefieren y viceversa.
Reconozco que no leo revistas especializadas, pero quizá sea un camino que tenga que explorar, aunque ¿nos podemos fiar de los críticos?.
Gracias, Lu, Eduardo, Laura y Antonio, creo que el tema seguirá dando de sí. Yo fui lectora de literatura juvenil y tengo recuerdos imborrables de algunas novelas que llegué a aprender casi de memoria, de ahí mi interés por el tema.
Antonio, la crítica nos lleva a chascos bastante considerables en la literatura de adultos, de forma que supongo que ocurrirá lo mismo con la infantil y juvenil. Últimamente busco más referencias de lectura en bitácoras de lectores que en suplementos culturales.
llevo 20 años de docencia y sigo teniendo esos mismos problemas, además de las discrepancias con otros compañeros del departamento sobre literatura clásica o actual. Leimos el año pasado El grito de la grulla, un brevísimo relato de Samuel Alonso, vino él al centro y mientras hablaba con los chavales hacia grullas de papel fue una delicia. Creo que está publicado en Edelvives.
Gracias, María Ängeles, lo buscaré, no lo conocía.
Gracias por la reflexión y los enlaces.
Desde fuera del instituto (yo no soy profesor), hay aspectos que me recuerdan a los clubes de lectura en entorno rural: comenzamos por libros con gancho y vamos complicando, en lo posible, la cuestión (aunque, por el perfil de los lectores, con libros del estilo de El nombre de la rosa: que enganchen por arriba sin dejar de enganchar por abajo. Claro que hay una diferencia insoslayable: que los lectores del club son voluntarios, vienen buscando.
La crítica de LIJ es particular. A mi modo de ver, los mejores reseñadores, desde un punto de vista literario, son Gustavo Puerta y Ana Garralón (que ya no se prodiga, o yo le he perdido la pista). Son un poco esteticistas, sobre todo Puerta. Se lo puede leer tanto en El Cultural como en Educación y Biblioteca. En otros casos yo me he llevado decepciones con libros muy publicitados que luego no cumplían el mínimo literario. Aunque hablo de *mi* mínimo, porque algunos de esos son autores favoritos de los adolescentes (que leen fuera de clase, quizá debería añadir).
Los libros de Ruiz Zafón para adolescentes son eficaces, creo yo. También los de César Mallorquí. Pero los dos en una línea muy distinta a la de Farias. Los otros que mencionáis no los he leído.
Las reflexiones de Rossell me parecen importantes, ahora como escritor. O es literatura o no vale para nadie (tampoco para niños ni jóvenes). No es fácil, con la presión editorial por los valores, pero es la única puerta verdadera. Lo que hay que matizar son grados de complicación lingüística y narrativa y el mundo moral (en el sentido de que no me parece sano jugar a la perversión con los jóvenes, por ejemplo; no de que la literatura deba instruirlos).
En fin, es un tema con muchos matices y esta respuesta ya es, probablemente, demasiado larga.
Muchísimas gracias a ti, aunque tu comentario bien valdría toda una entrada en tu blog. Creo que el punto de vista de las personas de personas ajenas a la enseñanza reglada es fundamental para los profesores. Tu señalas bien una de las diferencias de enfoque entre unos y otros: el hecho de que el lector acuda voluntariamente o de forma más o menos obligada. Supongo que uno de los problemas a los que nos enfrentamos en los institutos es que queremos hacer compatibles demasiados objetivos: en primer lugar, la propia competencia lectora, que los alumnos sean capaces de comprender, mantener la atención, retener lo leído…; en segundo lugar la educación literaria; y finalmente, la lectura por placer. Tal vez estamos abarcando campos que no nos pertenecerían, pero están tan relacionados que es imposible abandonar alguno. Parte de la labor debería corresponder a las familias, pero evidentemente no todas las familias pueden o quieren; otra parte a las bibliotecas, pero no todos los chicos llegan a la biblioteca y si llegasen, no habría suficientes para atenderlos. El único sitio al que van todos es a la escuela (y después al instituto, claro) de ahí que en ocasiones nos veamos, al menos yo, desorientados.
En cuanto a la crítica reconozco que estoy bastante pez, en la mayoría de las ocasiones suele ser demasiado favorable y con una clara intención comercial. Seguiré a Puerta. Yo también me he llevado tremendas decepciones con libros de autores prestigiosos, incluso recomendados por profesores de Literatura Juvenil en la universidad, que me han parecido aburridos, maniqueos y carentes de toda originalidad.
Nos vemos en tu blog.
No, Puerta no atiende a la comercialidad y no dulcifica o altera sus reseñas por no perder la publicidad. Más bien al contrario, le gusta dar caña de vez en cuando contra productos que habréis visto por el instituto, como los libros de Sue Limb (Chica de 15, etc.). Quizá el principal problema, en lo que a estas edades respecta, es que habla mucho más de infantil que de juvenil. También añado que no atiende a las necesidades del aula; y en ocasiones lo que selecciona requiere una relación más personal, o familiar, que la del grupo.
Otro crítico que no atiende a la comercialidad, pero está situado en una órbita muy distinta, más atento a la formación moral y humana del lector (desde una perspectiva principalmente cristiana) es Luis Daniel González, que tiene accesibles en la red muchos materiales de su diccionario *Bienvenidos a la fiesta*. En realidad, es una especie de blog, de actualización diaria, salvo que no admite comentarios.
Me parece que das en el clavo con lo de (lo imposible de) querer abarcar tres temas tan distintos. Yo tuve una formación exclusivamente académica, por decirlo de algún modo, y en COU disfrutaba como un loco de *Luces de bohemia* y otras lecturas difíciles; el placer de la aventura, sin embargo, el de *La isla del tesoro* o Tolkien, y no digamos el de otras aventuras (aún) menos trascendentes, no cabía en el aula. Aunque a mí me fue bien y otros en cambio abandonaron la lectura atragantados con *La Regenta*, no se me alcanza cómo se podría haber hecho lo uno y lo otro… Me parece uno de los casos en los que, por una suma de razones, la escuela o el instituto tiene que lidiar con dilemas insolubles, en el sentido de que raramente puede atender todos los campos que se le piden que cultive.
Por cierto, un autor que (quizá) puede ir bien para los primeros años del instituto es Daniel Nesquens, con sus *Hasta (casi) cien bichos*, por ejemplo. Es muy distinto a los que se han citado antes, burlón, breve y con bastantes juegos de palabras, que a veces recuerdan al humor de Gómez de la Serna.